Guatemala se perfila sobre un firme propósito de acabar
completamente con el mal y más con su promotor, que es el Diablo mismo.
Esta intención arraigada en el corazón de todos los guatemaltecos, se ha transformado en una tradición única desde hace ya muchas
generaciones y eso me hace recordar que en aquellos tiempos de
mi niñez, después de haber salido de clases y cabalmente estar a
mitad de las vacaciones de fin de año, todos los barrios iban a las laderas de las montañas próximas a buscar los famosos chiriviscos
y como aún la mayoría de las calles era de tierra y terracería, se
podían ver las pandillas acarreando sus montones y levantando
una polvareda, que para todos era significado de fiesta, mucha fiesta... Los cohetillos, nos gustaba quemarlos de a uno por uno, duraba más
la emoción, pero en nuestro ser interior, queríamos también, gracias
a lo que nos contaban nuestras madres, sobre la existencia del Diabloy todas sus fechorías, quemarlo también de a poco. A cualquier punto
donde se viera, se podía apreciar a cualquier barrio y casa de barrio,
con su ofrenda para quemar al Diablo y terminar de una vez por todas con este personaje que un día fue ángel y ahora es demonio. La lucha
entre el bien y el mal, se libraría a las seis de la tarde de cualquier siete
de diciembre, ya que esto no era para su quema total, sino también el símbolo de a poco
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